sábado, 18 de julio de 2009

Falta justificada

Cuando era chica y en el dentista me ponían anestesia, creía que al otro iba a poder faltar al colegio. No me pregunten porque. La cosa, es que faltar al colegio era todo un tema.

No ir me deprimía más que ir. Despertarme temprano nunca me costo, pero quedarme metida en la cama mirando los dibujitos mañaneros era lo mejor que me podía pasar.

Sin embargo, a las 12.30 cuando el día escolar había terminado, sentía culpa y me ponía mal. Pensaba que seguro me había perdido de algo re divertido y que todas iban a estar hablando de eso. O que habían puesto un examen sorpresa y yo iba a tener que hacerlo sola. O que, como me había atrasado con los deberes, iba a tener que hacer la tarea de 2 días solo en una tarde (y eso era terrible). O peor todavía, seguro que hubo que formar grupos y yo quede sola!

Nada de eso ocurría.

Igual, sigo afirmando que era una sensación muy particular, ambigua. Faltar me encantaba, pero si no iba (como se habrán dado cuenta) me ponía paranoica.

El otro día me acordaba de la tristeza que me agarraba los domingos después de bañarme. Sentía que el fin de semana definitivamente se había terminado y otra vez tenía que empezar la semana. Un nuevo lunes me esperaba y los lunes eran terribles. Tenía educación física.

Para alguien torpe tener educación física es el fin del mundo. Ahora, si sos torpe y asmático la campana del recreo puede llegar a tardar días en volver a sonar hasta otorgarte el pase a la libertad.

En secundaria tuvieron piedad de mí y pusieron una tercera opción. A handball y voley se le sumo: Gimnasia (así solo, a secas). La cosa consistía en una simple rutina de gimnasio. Abdominales, sentadillas y elongación. Una maravilla.

En el secundario no era tan terrible faltar. Ahí ya sabia que iba a estar con mis amigas en el caso de que hubieran hecho grupos, que si había “tarea” no iba a tener que hacerla para ese mismo día (las materias rara vez estaban dos días seguidos) y si había examen sorpresa, no había mejor día para haber faltado. El problema ahora era que en la secundaria me divertía ir, así que solo faltaba si estaba muy enferma. Y hasta ahí nomás.

Año 2000. Curso: 2do. Examen de historia.
Estaba volando de fiebre y aun así, con mis 38.7, me levante y fui hasta el aula del final del pasillo en el 2do piso a dar el bendito examen sobre Felipe El Hermoso y su Familia. Fui solo a eso, mi viejo me esperaba afuera y a la media hora volví a mi casa. Me tire a dormir y cuando me desperté no me acordaba de nada. Cuando tengo mucha fiebre deliro un poco y no sabia si realmente había ido o no. Era inconcebible (para una incipiente pseudo nerd) faltar a un examen de historia. A historia, cívica y filosofía no se le hace eso. Porque son lindas, buenas y amables. Y a matemáticas, física y química tampoco, porque si lo hacia sola no iba a poder copiarme y, en las dos ultimas, alguna (solo alguna) que otra vez, necesitaba de esa pequeña “ayuda memoria”.

Una de las pocas veces en mi vida que mi madre me retó, me acuerdo que me prohibió tomar helado “por tiempo indeterminado”. Esa tarde tenia dentista. Esa tarde el dentista me puso anestesia. Nunca una niña salió tan feliz de ese horrible lugar.