domingo, 21 de junio de 2009

1,10 por favor

El colectivo (cualquiera de todos los números que van por Paseo Colon hasta Alem) tarda desde mi casa en llegar al correo, lo que dura un tema de Maiden y uno de Interpol. O, un día muy tranquilo y sin tanto trafico, uno de Rancid y un pedacito de Mamas and the Papas.

Es verdad, nada. Podría ir caminando pero eso implicaría salir mucho antes de lo que lo hago.

Me acuerdo de cuando estaba de vacaciones en el sur. Mire el Mp3 y me di cuenta de que el volumen estaba casi 10 veces mas bajo de lo que lo uso en Capital. Y aun así, la voz de Jarvis Cocker cantando “Babies” la escuchaba mucho mas clara que lo habitual.

Nunca fui de leer en el colectivo. Porque en si, nunca fui de leer. Más allá de que corro con una ventaja que la mayoría de los asiduos lectores no tienen: suelo tener asiento para viajar, teniendo en cuenta que muchos de los colectivos salen de acá cerca. Y “con acá cerca” me refiero a Constitución, el Bajo o terminan en mi lugar de destino. Pero aun así, la lectura y el viaje nunca fueron buena dupla para mí.

Siempre me cuelgo mirando por la ventana o al resto de los pasajeros. Pienso que estarán escuchando ellos: si la chica que tiene cara de fanática de Arjona me sorprendería diciendo que tiene cargado el ultimo de Metallica. O si el que se viste como el 5to Stone estará con Sanz al mango. Incluso, me pregunto si ellos creerán que estoy con Radio Disney o alguno se animaría a tirar que la voz de Phil Anselmo es la que elijo para que me acompañe en el recorrido.

A veces, cuando otro transporte público para en el semáforo y queda justo al lado del que yo este, me imagino una escena sacada de un boliche (que alguna vez fue parte de una publicidad): ¿Alguna vez probaron mirar a alguien de un colectivo a otro? No son muchos los que se animan a sostener la mirada. Y si te miran a vos, no sabes hasta que punto sos capaz de quedarte haciéndolo.

Algo que siempre me gusto fue escribir en el colectivo. Me acuerdo hasta de hacer resúmenes para la facultad con una letra que subía y bajaba de la mano de los pozos… pero que aun así, parecía de una secretaria sentada en su cómodo escritorio de oficina.

Cuadros sinópticos, resaltadores y lapiceras de colores. Un asiento que para mi era todo un sillón. Un viaje de 45 minutos en un 65 que salía de la esquina de mi casa y que, a su vez, se convertía en la única sesión de estudio que me daba resultado. Pero odiaba tanto estudiar en el colectivo. En fin, odiaba tanto estudiar.

Rosario deja de cantar “Tambor” y la vuelta por Casa Rosada esta llegando a su fin. Ya veo el Luna Park y un “Bye Bye” apaga la guitarra de Dave Navarro justo cuando Perry Farrel se estaba por asomar. Guardo la lapicera y las hojitas donde fui escribiendo esto. Una suerte de Memento que me ayudara a reconstruir todo después, usando conectores y otras palabras que intenten darle coherencia.

Timbre, bocinas, motores y frenadas. El hit de todos los días, ese que conocen todos.